La doctora Rodríguez estaba sentada en una silla rotatoria que podía mover de izquierda a derecha de su escritorio. El diván donde Edo yacía recostado estaba a su lado derecho. La doctora Rodríguez imperceptiblemente se había ubicado en la esquina que quedaba cerca al diván. Sus ojos negros, enmarcados en grandes gafas circulares, miraban atentamente a Edo. Su mano derecha, de dedos largos y finos, tomaba algunas notas en un cuaderno de papel blanco sin rayas. Su mano izquierda sostenía el cuaderno y se sostenía a su vez sobre las largas piernas cruzadas que la siempre impecable bata blanca ocultaba a medias.
—Cuéntame más sobre tu primera novela. ¿Cuándo la escribiste? ¿Qué estaba pasando en tu vida en esos momentos?
No siempre Edo se recostaba en aquel diván. A veces se sentaba frente a ella, en el escritorio que ahora yacía a su izquierda. Quizá dependía un poco de su estado de ánimo. Hoy se sentía como el diván.
Edo escuchó la pregunta de la doctora Rodríguez. Miró al techo pensando y recordando y reconstruyendo aquel año y medio que le tomó escribir Músico quise ser. Había sido tan fácil. Relativamente fácil quizá. Aquella novela le había rondado la cabeza desde que su banda había terminado. Había intentado otra banda, pero la experiencia no había sido igual. Él quería revivir lo que había vivido en aquellos años en los que había sido el guitarrista líder en una banda de metal. No fue difícil encontrar el medio: la escritura. Tampoco fue difícil sentarse día tras día a escribir sus experiencias en la banda.
Músico quise ser comenzó como una autobiografía. Aun lo era. Pero cuando sus recuerdos le fallaban, o cuando la realidad era más bien aburrida, él la mejoraba con un poco de imaginación. Cómo aquel episodio donde contaba el concierto en Bogotá. ¡Ellos nunca habían tocado en Bogotá! Pero a Edo le hubiera gustado. Además conocía bien algunos de los bares donde las bandas de metal tocaban; había ido a bastantes conciertos en aquel bar que quedaba por la avenida Caracas, allí por la calle 70. Usó aquel escenario y algunas escenas que habían sucedido en otros lugares y con otras personas.
—Así que te tomas libertades incluso al escribir de tu vida.
Si. Al principio se sintió incomodo al modificar lo que había realmente sucedido. Quizá había empezado con los personajes. Él no quería usar los nombres y descripciones de sus amigos. Así que había usado otras personas que conocía para modelar los personajes. Había hecho lo mismo con los nombres y poco a poco le pareció divertido enriquecer sus vivencias con la imaginación. A la final, iba a ser una novela, un producto de ficción.
—Me gusta esa palabra: enriquecer.
En cierto sentido, la ficción le parecía más interesante que la realidad. ¿La realidad no se volvía acaso ficción? ¿El pasado y el futuro no eran acaso ficción? ¿La historia no era acaso ficción? Solo el presente era realidad; y el presente tan solo es un punto, un instante, un pequeñísimo punto en el tiempo. A esa conclusión había llegado mientras escribía su novela. Era algo que aun creía. Así incluso veía la vida de las personas con las que interactuaba: no importaba si mentían o no, era todo una ficción.
—¿No has intentado escribir sobre tu vida de nuevo?
¿Lo había tratado? La verdad no. Aparte de aquella etapa, no había tenido en su vida un suceso suficientemente rico para escribir una novela. Edo calló y miró el techo encima suyo: azul con ciertas manchas blancas que en ciertos lugares se habían vuelto grises. Su vida hasta aquel entonces había sido bastante regular. No había forma que sacara de ella suficiente material para una novela. Algunas manchas blancas parecían moverse.
—Pero tendrás suficiente material para un par de cuentos.
¿Cuentos? Edo era un novelista, no había escrito cuentos desde su infancia. ¿Era acaso un novelista? Era un escritor. O al menos eso era lo que él quería ser: un escritor. Y para eso tenía que escribir. ¿Cuentos? ¿Por qué no? Eran dos formas diferentes de contar historias y seguro podría aprender de esa experiencia. Además, tenía material suficiente para escribir unos cuantos cuentos. No era mala idea: un libro de cuentos basado en su infancia. ¿En su infancia? Aquella palabra, infancia, había llegado a la mente de Edo de forma repentina. Pero era una buena idea. Seguro podría encontrar suficientes momentos en su infancia para escribir un libro… Y no tenía ni siquiera que ser un libro. Lo importante, lo más importante, era escribir, volver a escribir, practicar la escritura todos los días.
Al darse cuenta, la doctora Rodríguez ya se había desvanecido. Edo caminaba colina abajo, de regreso a casa, emocionado, excitado de aquel nuevo proyecto que traía consigo la promesa de la escritura.