Aquella misma noche, Edo comenzó a escribir el primer cuento. Se sentó en su escritorio, frente al computador y comenzó a escribir sus recuerdos. Como había hablado con la doctora Rodríguez, a Edo no le importó ser fiel a los sucesos reales. Le importaba más la calidad de su escrito. Quizá por eso se detenía cada vez que terminaba un párrafo. Lo leía de nuevo, corregía los errores de ortografía y gramática, cambiaba algunas frases y después sí continuaba escribiendo. A veces le costaba trabajo volver a recordar. Tenía que detenerse de nuevo y atrapar sus recuerdos. Los atrapaba y volvía a plasmarlos en el papel.
Cuatro horas se demoró aquella noche en escribir el cuento. Lo miró, no lo leyó, solo miró la pantalla del computador llena de palabras. Sonrió mientras cerraba el computador y se levantaba para irse a la cama. Estaba cansado pero feliz. Por fin había terminado de escribir algo. No era tan largo como una novela, pero era una obra terminada. Salió de la habitación y cruzó el corredor que lo separaba de la alcoba. Allí estaba Lina, ya dormida. Se acercó a ella y le acarició el cabello. Muy pocas veces se iban a dormir a horas diferentes. Así que era raro verla así, dormida, tan cerca y tan lejos. ¿Qué estaría soñando? Quizá alguna buena historia para otro cuento. Alguna vez Edo pensó en escribir sus sueños. Pensó en mantener una libreta cerca a la cama para poder escribir lo que había soñado tan pronto se despertara. Pero no lo hizo. Debería hacerlo; algunos de sus sueños eran tan interesantes. Debería hacerlo. ¿Qué estaría soñando Lina? La contempló un rato más y se levantó. Caminó hacía el baño y se detuvo en la puerta. Debería traer la libreta de una vez.
Así lo hizo. Regresó al estudio y buscó un cuaderno que tenía en uno de los cajones de su escritorio. Lo abrió. Estaba vacío. Cogió un lápiz y escribió “Sueños” en la mitad de la primera página con letras grandes. Dejó el lápiz en la segunda hoja y cerró el cuaderno que llevó y dejó en la mesa de noche al lado de la cama. Ahora si se fue al baño para arreglarse y terminar el día.
Edo había tenido un sueño extremadamente raro. Al despertarse pensó sobre este y al recordar sus intenciones de la noche anterior, cogió la libreta de la mesita de noche y trató de escribir tanto como recordaba. A grandes rasgos, había soñado que aun estaba en la universidad. Edo regresaba a una clase a la cual no había asistido en semanas y ni siquiera podía recordar dónde quedaba el salón de clases. La mayoría de personajes de su sueño no eran de aquella época de la universidad, era gente que había conocido durante el servicio militar. Edo lo escribió en su libreta, pero trató de ser tan específico en lo que escribía que el sueño fue confundiéndose poco a poco. Al menos tenía su primer sueño escrito y quizá le serviría de materia prima para alguno de sus cuentos.
¿Y el cuento? Edo se levantó de la cama y cruzó el corredor hasta el estudio, abrió el computador y leyó el cuento que había escrito la noche anterior. Terminó de leer, miró las palabras en la pantalla, oprimió dos teclas para seleccionar todo el texto, oprimió una tecla más para borrarlo. Luego miró de nuevo la pantalla en blanco, oprimió dos teclas para recuperar su cuento. El cuento aún tenía esperanzas: lo editaría, añadiría algunos pasajes, cambiaría otros. Pero lo haría todo aquella noche; ahora Lina salía de la ducha y él quería entrar.
El agua caliente caía en su cara, en sus ojos cerrados que veían el cuento, el sueño, su pasado y un mundo donde todo aquello se combinaba. Era el mundo donde sus escritos existían, concluyó Edo bajando la cabeza y dejando que el agua mojara su pelo. Aquel mundo, donde sus escritos deberían vivir, estaba más allá de la realidad y la imaginación, más allá de su subconsciente y su consciente, más allá de cualquier fuente de inspiración. ¿Y qué era la inspiración a la final? Quizá era tan solo otra palabra para decir recursos literarios. Su vida y sus sueños y su imaginación eran tan solo eso: recursos literarios. Un poco de champú cayó sobre sus ojos y Edo lo quitó rápidamente antes de sentir el ardor. Un poco de agua y de regreso a sus reflexiones mientras su cuerpo se bañaba automáticamente. Eran recursos literarios que él podía usar para organizar sus escritos. Pero allí estaba el problema: ¿Cómo organizar sus escritos? La forma como había escrito la noche anterior había sido desordenada e ineficiente. Quizá Lina tenía razón y era mejor usar un método. ¿Pero no era acaso ello restringir la creatividad? Apagó el agua mientras buscaba una respuesta. Cogió la toalla mientras buscaba una respuesta. Se secó mientras escogía una respuesta que aun no lo convencía totalmente: un método es tan solo un recurso más. Un recurso literario más.
Aquella noche, a la misma hora en la que Edo había escrito el cuento la noche anterior, se sentó frente al computador a editarlo. Lina estaba allí, sentada en el sofá, con un cuaderno en la mano, escribiendo y garabateando cosas. Edo leyó el cuento y esta vez no le pareció tan malo. Podía aun recuperarlo. Pensó incluso mostrárselo a Lina, pero decidió no hacerlo. Se lo mostraría cuando terminara.