La lista de escenas estaba frente a él, al lado del monitor. Edo miraba la pequeña descripción del segundo capítulo mientras se acordaba de la última conversación que había tenido con Lina. Habían hablado de cómo escribirían la novela juntos: Edo escribiría los capítulos pares y Lina los capítulos impares. Así que allí estaba él, sentado en su escritorio, con las manos en el teclado y listo para comenzar a escribir.
“Escribir, solo escribir”, eso había repetido Lina una y otra vez. “Nada de corregir; nada de editar” había recalcado. Las palabras exactas estaban aun en su mente desde que las pronunció y seguían en su mente ahora que comenzaba a escribir.
Dos, tres palabras, diez palabras y se detuvo a corregir una coma. La corrigió, se acordó de las frases de Lina y continuó escribiendo. Vio un error que lo detuvo, pero no lo corrigió. Pensó en el error mientras se trataba de concentrar en la historia, pero el error parecía pedir ser corregido. Edo se obligó a seguir, más lentamente, escribiendo lo que llegaba a su mente y olvidando poco a poco el error que aun estaba en la pantalla torturándolo. Siguió escribiendo por una hora más o menos, con diferentes errores distrayéndolo, con las palabras que salían de sus dedos y quedaban grabadas en la pantalla del computador. A los 57 minutos de haber comenzado, se detuvo. El capítulo no estaba listo, pero su mente no quería seguir produciendo. Estaba exhausto en aquella lucha por ignorar los errores y concentrarse en la historia. Se levantó de su escritorio y caminó hasta el sofá donde se dejó caer. Estaba contento, le había gustado aquella sesión de escritura, pero aun pensaba si aquella forma de escribir era la mejor. Miró a Lina quien estaba aun escribiendo, concentrada. La miró tanto que ella sintió su mirada en la espalda. Sus dedos se detuvieron, su cuerpo giró hasta que Edo entró en su campo visual. Lo vio allí en el sofá y se levantó para irse a sentarse a su lado.
—¿Estás bien?
—Un poco cansado —respondió Edo corrigiendo su postura en el asiento—. Tratar de ignorar la ortografía no es fácil. Me tortura ver los errores en la pantalla.
—Sí, te entiendo. —Después de pensar prosiguió—. Lo que me ayuda es tratar de ver la historia en vez de las palabras en la pantalla.
—Pero la historia son las palabras.
—No totalmente. La historia son más que las palabras. Ahorita nos estamos concentrando en crear la historia. Luego vamos a pulir las palabras y la historia.
Edo miró enfrente. La pantalla de Lina estaba llena de palabras que apenas alcanzaba a leer. Las palabras estaban allí, la historia estaba tomando forma allí. Pero Edo conocía la historia, la habían planeado por semanas. Pero la historia y la novela no eran lo mismo. Ahora estaban escribiendo la novela. Estaban escribiendo el primer borrador de la novela. ¿Y qué era el primer borrador? Era la materia prima de lo que sería la versión final. Era la piedra que pulirían para producir una estatua. Y cada vez usarían un cincel más y más pequeño para poder darle formas más detalladas.
A Lina le gustó la analogía. Detenerse a cambiar una coma era como detenerse para cambiar a un cincel más pequeño. Aquellas interrupciones sacaban al escritor de la zona. Y eso era lo que Lina más preciaba: La zona.
—¿Que es la zona?
—La zona es un estado mental de completa concentración.
Esa era la definición. Nada más. La zona era aquel estado de total concentración donde las personas son más productivas. Para alcanzar aquel estado de total concentración se necesitaba un tiempo inicial, unos cinco minutos en que la mente y el cuerpo comienzan a enfocarse en una actividad. Después, en la zona, aquel estado puede durar horas. Pero si la actividad se detiene con otras actividades, la concentración se rompe, la zona se va y la productividad baja.
—Por eso pienso que solo debemos escribir —recalcó Lina—, solo escribir. Luego nos concentraremos en corregir y editar.
Edo entendía, él había tenido esos estados de total concentración aunque no supiera como llamarlos. Edo entendía y en aquellos días que siguieron trató, lo más que pudo, de ignorar los errores que cometía al escribir. Poco a poco mejoró. A la segunda semana ya no se detenía a corregir. Después de mes y medio, terminó los capítulos que le correspondían.
—¡Lina! ¡Lina! Acabé —le contó aun sentado en su escritorio.
Lina entró en el estudio con el cabello aun mojado y una pijama blanca. En su mano aun estaba la toalla con la que se estaba secando el pelo. Dejó la toalla sobre el sofá y caminó al escritorio de Edo. Casi sobre él se apoderó del ratón e imprimió el archivo. Luego se irguió, se fue a su escritorio y cogió dos carpetas llena de papeles.
—Esta es tu copia —le entregó uno de ellos—. Ahorita ordenamos los capítulos y mañana podemos leer el resultado.
—¿No es más fácil leerlo en el computador?
—Me gusta más el papel.
—Está bien. Mándame tu archivo y yo ordeno la copa virtual —ordenó—. Destructora de árboles.
Cuando la impresora acabó, Lina cogió los papeles y se sentó en el sofá a ordenar los capítulos. Edo se sentó junto a ella, cogió la que sería su carpeta y también comenzó a intercalar los capítulos que él había escrito entre los capítulos de Lina. Fue una tarea un poco tediosa que le dio la oportunidad a Edo de recalcar que era más fácil hacerlo en el computador. Pero al terminar tenían las dos copias, listas para ser leídas. Eso lo harían al siguiente día: leerían el borrador una vez y luego lo dejarían descansar un mes, tal vez dos, antes de revisarlo y editarlo.